Huérfano pero con una gran vitalidad
enraizada en su frágil existencia y maximizando los recursos inmunológicos que
generosamente su madre, ya finada, le prendió como ofrenda, Shami, ávido de
amparo, se engancha fuerte y nervudo a mi cuello plástico y artificial mientras
mi nublada casi opaca mirada embebida de agua salada, que bien podría ser sudor
o lágrimas, no me deja ver sus ojos… No
puedo retirarme las gafas protectoras para limpiarme, sigo sin poder verte; los
guantes no me permiten acariciarte sintiendo tu piel y haciendo que sientas mi
tacto cuidador; la mascarilla me niega el poder besarte con mis labios ni darte
calor con mi aliento; no tengo licencia para emitir ni una sola palabra que,
aunque parca, te ampare porque apenas me queda energía para tratar de evitar
sincoparme; sin embargo, puedo imaginar tus ojos escampados, tu leal mirada, la
suavidad de tu piel, y los versos de la nana que te canto con el latido de mi
corazón.
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